Nuestro partido, allá
por el año 2005, anticipándose a los acontecimientos y cuando nadie
hablaba de las causas de la crisis y menos aún de sus efectos, dijo que
la burguesía se había uniformado militarmente para abatir a la clase
obrera en una guerra total, pues la crisis sería profunda y duradera
como ninguna otra debido a que ésta no era más que una manifestación de
una colosal crisis que venían arrastrando Europa y EEUU desde los años
90.
La
gran burguesía, conocedora mejor que nosotros de la situación que se
avecinaba, proyectó su futuro y se dispuso a sentar las bases para que
sus empresas (monopolios y multinacionales) estuviesen en condiciones de
disputar el mercado internacional que estaba siendo invadido por nuevos
imperios -Brasil, Rusia, India y China- aprovechando la recesión
económica que atenazaba a la UE, EEUU y Japón. La única manera posible
que tenía de hacerlo en plena crisis era expoliando
a los trabajadores y reduciéndoles sus salarios para que les
proporcionara mayores cotas de plusvalía, privatizando empresas
estatales con beneficios, etc. Naturalmente, a la par y
con el objeto de neutralizar al máximo posible el rechazo que sin duda
iban a producir tales medidas en los trabajadores, arremetiendo contra
todos sus derechos.
Y
cuando decíamos que la guerra era total no nos equivocábamos; había que
ser un ignorante en política para no darse cuenta de ello pues sólo con
estudiar a la parte contraria ya era suficiente para ver que la
correlación de fuerzas era favorable a los capitalistas por amplia
mayoría.
Con
todo a su favor, es decir, un gobierno de derecha dispuesto a todo, un
parlamento que en su totalidad defiende el sistema de producción
burgués, con un sindicalismo totalmente vendido y entregado durante años
a favorecer los intereses de la patronal y con una clase obrera
huérfana de ideología y, por supuesto, de líderes; por tanto, bajo las
influencias del reformismo político, la burguesía no lo dudó y comenzó a
librar batallas que ganaba con facilidad unas tras otras, sin
resentirse lo más mínimo.
En
contra de nuestros análisis parece alzarse otra realidad distinta: las
calles están tomadas por continuas y masivas manifestaciones; no pasa un
solo día sin que se celebren cantidad de huelgas, esto unido a un
ambiente popular en el que se respira indignación e inquietud por la
política económica que desarrolla el gobierno de Rajoy.
Últimamente,
la manifestación independentista celebrada en Cataluña, la huelga
general llevada a cabo en el País Vasco, la masiva concentración de
“ciudadanos” frente a las
Cortes, y la gran marcha de los jornaleros andaluces, son hechos que
pretenden evidenciar que en nuestro país se cuece algo gordo porque el
pueblo es imparable y ha tomado la decisión de frenar el curso de los
acontecimientos para darle un giro de 180º.
Con
todo ello, es casi seguro que Rajoy pierda las próximas elecciones ¿Y
qué? No importa nada en absoluto. Hablamos de cosas serias: el gran
capital le ha encomendado una misión concreta que tiene que cumplir
cueste lo que cueste, porque en el hipotético caso de que perdiese las
elecciones nada ni nadie va a modificar un palmo las medidas que ha
impuesto. En el capitalismo es demasiado fácil imponer y aplicar medidas
antiobreras, pues todos los llamados representantes del pueblo
defienden, de una u otra forma, el capitalismo. Lo que les separan son
sólo matices, pero no la esencia y ésta es la culpable de la crisis; sin
embargo, cuesta años, palizas en las calles, sangre y cárceles
cualquier conquista que alcance la clase obrera, porque está sola frente
a todos. Además ¿quién o quiénes iban a restituir, al menos, la
situación anterior? ¿El PSOE, IU, CCOO, UGT? Imposible, han tenido
tiempo y oportunidades para ello y no lo han hecho porque están en la
misma dinámica, es decir, girando sobre los efectos de los problemas sin
atentar contra las raíces. Peor aún, las empresas que regenta el PSOE
-bien a niveles institucionales, bien en el área de lo particular- son
las primeras que han llevado a efecto los recortes, las primeras que han
aplicado la reforma laboral, las primeras que niegan a sus trabajadores
convenios colectivos, etc. Lo mismo ocurre con CCOO y UGT que,
convertidas en auténticas organizaciones empresariales, aplican ERE que
incluso devienen en condiciones más duras para sus trabajadores. En
cuanto a IU, ha demostrado en varias comunidades, allá donde ha
gobernado y gobierna, que sus proyectos se confunden con los de la
derecha. IU carece de ideología definida, es un auténtico reino de
taifas cuya preocupación fundamental es acomodarse en las elecciones
estatales -autonómicas o municipales-, y mamar del estado capitalista, aunque para ello tenga que pactar con el diablo. Y por último, cabe decir que todas las reivindicaciones políticas -reforma agraria, autodeterminación, referéndum por los recortes, etc.- no rebasan el marco del sistema capitalista.
Para
nosotros -más allá de la realidad y debajo de las manifestaciones,
concentraciones, marchas y huelgas- el mundo concebido y planificado por
el gran capital europeo y norteamericano desde hace ya varios años se
está forjando con cimientos que parecen inamovibles.
Las
grandes empresas que niegan convenios a sus trabajadores, a la vez que
reforman sus plantillas a su antojo, están, sin embargo, invirtiendo
miles de millones de euros en el extranjero. Y por otro lado, se está
modelando un movimiento obrero
según conviene al gran capital. Después de 7 años no hay una sola
batalla que haya ganado la clase obrera. Las reformas y recortes se
llevan a cabo sin rectificación alguna. ¿Por qué? Sencillamente porque
las manifestaciones, huelgas, concentraciones y marchas tienen otra
lectura menos optimista.
Las
numerosas huelgas y manifestaciones se convocan una vez que se han
consumado los hechos. Los trabajadores van a una guerra perdida, sin
ninguna posibilidad. Además, cada centro de trabajo, cada sector, cada
nación o región caminan por sitios diferentes y enfrentados,
patentizando una división que no se supera a pesar de las crueles
embestidas del enemigo, cuya envergadura es auspiciada precisamente por
la división.
Tal
vez parezca paradójico decir que a pesar de las grandes manifestaciones
y de las incontables huelgas, la clase obrera, los trabajadores como
clase, no están en la pelea. Pero es así y se demuestra de manera
inapelable. Como hemos visto todas las huelgas son a toro pasado, sin
más conciencia de clase que la de mendigar un buen trato en el despido.
Los dirigentes sindicales y la inmensa mayoría de los comités de
empresas no han adquirido conciencia de clase durante el periodo
“pacífico”. Los sindicatos -mayores, y menores- los convirtieron en
auténticos leguleyos, guardianes de la legalidad burguesa, y han
pretendido vencer al patrón con sus propias leyes. Todas las
contradicciones entre el capitalista y el obrero se han dilucidado
apelando a la justicia burguesa. Como es lógico no se ha posibilitado la
participación de los trabajadores más que cuando se han debatido los
convenios; aún así, la huelga se ha convocado en casos muy extremos. Los
propios líderes sindicales y comités de empresas han inculcado entre
los trabajadores que la política no es cosa de ello, malformando sus
conciencias.
El
mundo que se construye por abajo es desolador. Se han perdido miles de
comités de empresas, otro tanto han visto descender su número de
representantes. En miles de pequeñas empresas, los trabajadores no han
tenido ocasión de elegir a más de 300 mil delegados, porque los
sindicatos no aparecen por ellas. Se ha implantado la psicología del
miedo que ya existía multiplicada por mil porque la nueva generación de
trabajadores puede ser -y va camino de ello- una generación derrotada,
que ha recibido la herencia de otra generación que también fue
derrotada.
Las
excepciones -pocas por desgracia- de comités que intentan activar a sus
compañeros se encuentran con un mundo exterior todavía insolidario, en
el que cada empresa va a lo suyo. Estas circunstancias tan perniciosas
las advierten los trabajadores, que sólo ven adversidad y más
adversidad; que observan que las luchas fabriles son estériles, porque al final se obtiene siempre el
mismo resultado de una manera irremediable. El futuro, pues, no es nada
alentador, porque a la par que la patronal se va fortaleciendo
esperando que amaine el temporal reformista, la clase obrera va
debilitándose en número y en conciencia y se puede comprobar ya, tanto
en grandes empresas como en pequeñas, que son despedidos trabajadores
sin que sus compañeros den una respuesta solidaria.
Podemos
decir que un nuevo movimiento obrero se va configurando con la crisis,
sujeto a las nuevas necesidades del gran capital. Un movimiento obrero
temeroso, que tiene frente así un conjunto de leyes que les impide
moverse y encabezado por dirigentes sindicales y fabriles domesticado,
es un movimiento que presagia malos augurios. Y por si fuera poco, un
movimiento obrero disminuido numéricamente por el aumento de empresas
sin representación está expuesto al sometimiento de las nuevas aventuras
de los patronos, bien sea en el marco del actual estatus político, bien
sea con otra nueva constitución, o bien sea en una república burguesa. A
la burguesía no le importa -si ello es necesario- adoptar nuevas
formas, maquillar la derrota de los trabajadores con supuestas
victorias, si así su poder económico y político resulta ileso.
Los
militantes más honestos del movimiento obrero y revolucionario, así
como los comités de empresas, tienen en sus manos el torcer los
proyectos de los capitalistas. En esta dirección deben comprender que la
lucha en los centros de trabajo y fuera de ellos es política pura y
dura. Sabiendo que toda lucha en un centro fabril debe forzosamente
extenderse a los demás centros de trabajo, para cambiar la psicología de
lo imposible que frena a los trabajadores por la de la posibilidad de
que la unidad de la clase obrera como clase puede cambiarlo todo. Es una
realidad incontrovertible que sin el concurso de la clase obrera con
conciencia no es posible un cambio veraz de la sociedad.
Los
comités de empresa deben aprender de lo que sucede en la actualidad y
dar respuesta del porqué trabajadores de su centro de trabajo acuden a
manifestaciones sin reivindicaciones de clase y, sin embargo, tienen
miedo a participar en alguna actividad dentro de sus empresas. La
historia ha demostrado hasta la saciedad de que la clase obrera responde
cuando sus dirigentes actúan con valentía pero también con ciencia y
cuando el exterior le proporciona buenas sensaciones. Pero se muestra
temerosa cuando sus dirigentes son dóciles, vulnerables e insolidarios.
Hoy,
más que nunca, el Partido Comunista Obrero Español propugna la
constitución de asambleas de comités, delegados y trabajadores en todos
los sectores y hace un llamamiento a sus militantes para actúen
bravamente en los centros de trabajo y barriadas, hablando de política,
pues la burguesía nos ha emplazado a una guerra política total.
PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E.)